(:: á. a. rodríguez)
En su polémico ensayo ‘El desafío a la pintura’, publicado en 1930, Louis Aragon alabó las posibilidades del ‘collage’ definiéndolo como «esa ocupación singular cuyas consecuencias no son apreciables aún enteramente, a la que ciertos hombres se han entregado en estos tiempos de un modo sistemático que recuerda más a las operaciones de magia». Aunque sus palabras fueron manipuladas por algunos grupos de supuestos intelectuales que, ya por aquel entonces, ansiaban la muerte de la pintura, Aragon defendió el mestizaje de esas poéticas expresivas que hoy, en pleno siglo XXI y con la abundancia de poéticas mixtas, con la convivencia de técnicas tradicionales o digitales, mantienen esa capacidad del artista para volver hacia «prácticas mágicas», asumidas como origen, pretexto y justificación de múltiples representaciones.
Ese empeño ritual habita, en cierto modo, los trabajos que Javier Bejarano (Madrid, 1980) presenta estos días en la galería Espacio Líquido, de Gijón. Como el chamán de los pueblos primitivos que esperaba subyugar aquellos fenómenos que escapaban a su influencia por medio de acciones metafísicamente idénticas, para situarlos en su esfera de actividad, Bejarano busca generar un alto poder de concentración, fruto del entrenamiento en soledad. Parece que estos trabajos persiguen esas ‘otras realidades’, de orden anímico, independientes de las limitaciones de espacio y del tiempo. Interacciones múltiples, basadas en la premisa de que no tenemos ninguna necesidad de limitarnos a operar en dimensiones únicas.
En este caso, Bejarano parte de la cinematografía primitiva, descontextualizando imágenes y rostros que ha rescatado del pasado con la intención de imprimirles, en el estudio, un nuevo carácter. Para el desarrollo de la serie, que ha titulado ‘Faces’, capta instantáneas en distintos soportes que él mismo modifica lentamente durante el proceso de revelado, digitalizando e imprimiendo la imagen sobre papel y llevándola finalmente a un lienzo.
En el fondo se trata de fusionar arte y vida, de incorporar procesos y materiales ajenos a los soportes tradicionales, de huir a toda costa de cualquier disciplina anquilosada o cerrada.
Algunas imágenes finales son ciertamente hermosas. Pero, más allá de la estética, a Javier Bejarano parecen interesarle todos los mestizajes que adopten un posicionamiento ético, jugando con ese constante devenir de estadosdonde algo ajeno se puede convertir en propio y, por lo tanto, en algo singular.
Las obras podrían definirse como objetos de apropiación, pero también como objetos desviados, acumulaciones, poemas-objeto o poemas visuales. Son ‘collages’ en el sentido más hondo del término. Relaciones y encuentros que suscita el arte con el pensamiento, con el quehacer diario, y con la propia huella.
